Viernes, 29 de Septiembre del 2017

Dejemos caer las hojas, y con ellas nuestras creencias

Buenos días,
 
Hoy comparto un texto para que lo leáis con la mente y el alma y os sirva de meditación durante este nuevo periodo de otoño.  
 
Dejad que resuenen sus palabras para que vuestras reflexiones sean esa alfombra mágica que os transporte a verlo todo desde la mente correcta, que os lleve a nuevos estados de conciencia, a ese fluir del inocente Hijo de Dios soltándose de sus apegos, soltándose de sus miedos, soltándose de sus ídolos, soltándote de su pequeñez y de su especialismo; encaminándose a esos nuevos espacios de conciencia desde donde diseñar nueva vida. 
Estos espacios serán los trampolines de vuelta a casa, al recuerdo aquí y ahora de la Verdad que en el Amor somos.
 
Durante la reflexión debemos visualizarnos en las dos opciones que nos ofrece: 
 
primero ser tronco y árbol que deja ir actitudes, identidades, creencias, relaciones, trabajos, no merecimientos; aquel que deja ir lo que ya no sirve y que se prepara para dar nueva vida, para generar nuevos brotes de aciones inocentes felices y honestas. Y desde aquí observar: ¿qué no dejo ir?, ¿qué me ancla al pasado?
 
Pero también nos podemos situar en la figura de la hoja que cae, que decide soltarse de sus dependencias, de su sistema de pensamiento (que sería el árbol),  de lo que está bien  y de lo que está mal, de los ídolos, de lo establecido, del control, del miedo. 
 
Decide soltarse de lo que ya no le sirve y decide ir en busca de la Verdad de lo que ahora le toca vivir, dejándose llevar desde esa confianza activa, que es soltarse. Esperando que, tras su Sí a la Vida, (de enfrentarse al miedo de soltarse y dejarse fluir) , se hará  compost de vida que seguirá alimentando la conciencia del único Hijo de Dios que vuelve a casa. 
 
Soltémonos y dejemos espacio a la Vida en plenitud  ⭐
 
Que sea para nuestra Paz
 
 
 
 
Siempre me ha parecido espectacular la caída de una hoja.
 
Ahora, sin embargo, me doy cuenta que ninguna hoja “se cae” sino que llegado el escenario del otoño inicia la danza maravillosa del soltarse.
 
Cada hoja que se suelta es una invitación a nuestra predisposición al desprendimiento.
 
Las hojas no caen, se desprenden en un gesto supremo de generosidad y profundo de sabiduría: la hoja que no se aferra a la rama y se lanza al vacío del aire sabe del latido profundo de una vida que está siempre en movimiento y en actitud de renovación.
 
La hoja que se suelta comprende y acepta que el espacio vacío dejado por ella es la matriz generosa que albergará el brote de una nueva hoja.
 
La coreografía de las hojas soltándose y abandonándose a la sinfonía del viento traza un indecible canto de libertad y supone una interpelación constante y contundente para todos y cada uno de los árboles humanos que somos nosotros.
 
Cada hoja al aire que me está susurrando al oído del alma ¡suéltate!, ¡entrégate!, ¡abandónate! y ¡confía!.
 
Cada hoja que se desata queda unida invisible y sutilmente a la brisa de su propia entrega y libertad.
 
Con este gesto la hoja realiza su más impresionante movimiento de creatividad ya que con él está gestando el irrumpir de una próxima primavera.
 
Reconozco y confieso públicamente, ante este público de hojas moviéndose al compás del aire de la mañana, que soy un árbol al que le cuesta soltar muchas de sus hojas.
 
Tengo miedo ante la incertidumbre del nuevo brote.
 
¡Me siento tan cómodo y seguro con estas hojas predecibles, con estos hábitos perennes, con estas conductas fijadas, con estos pensamientos arraigados, con este entorno ya conocido…
 
Quiero, en este tiempo, sumarme a esa sabiduría, generosidad y belleza de las hojas que “se dejan caer”.
 
Quiero lanzarme a este abismo otoñal que me sumerge en un auténtico espacio de fe, confianza, esplendidez y donación.
 
Sé que cuando soy yo quien se suelta, desde su propia consciencia y libertad, el desprenderse   de la rama es mucho menos doloroso y más hermoso.
 
Sólo las hojas que se resisten, que niegan lo obvio, tendrán que ser arrancadas por un viento mucho más agresivo e impetuoso y caerán al suelo por el peso de su propio dolor.
 
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Texto original de José María Toro, extraído del libro “La Sabiduría de Vivir“

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